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Artigo

Comer es verbo y no sustantivo, por Vicent Boix

¿Mercado o soberanía alimentaria?

“Entre 2010 y 2011, los precios de los alimentos han batido récords siete meses consecutivos (…) asimismo, los incrementos en los precios de los productos básicos se han convertido en un factor desestabilizador de la economía mundial, y que han provocado tensiones y disturbios en varios países en desarrollo y, más recientemente, en Argelia, Túnez y Egipto”. Así lo aseguraba el Parlamento Europeo en una resolución aprobada el 17 de febrero, añadiendo que “…amenazan la seguridad alimentaria mundial a largo plazo…”.i

Ante esta nueva y trágica crisis alimentaria, se repite una y otra vez que la causa principal del ascenso de los precios es un desequilibrio entre una menor oferta y una mayor demanda a nivel mundial Pero, ya en un artículo anteriorii indiqué que durante los años 2003-2004, la situación a nivel mundial en cuanto a la cantidad de alimentos básicos como los cereales había sido peor que desde 2007 hasta ahora. Contrariamente y tomando como referencia el “Índice para los Precios de los Alimentos” que calcula la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), los precios en 2003-2004 fueron un 50% inferiores en comparación con los de la crisis de 2008 y un 100% respecto a enero de 2011.

Por tanto, algo está manipulando y alterando los mercados y ese algo es la especulación que según el Parlamento Europeo es la culpable del 50% de los aumentos recientes. La propia FAO reconoce que sólo el 2% de los contratos de futuros termina con la entrega de la mercancía y la mayoría se negocian nuevamente, por eso “…este tipo de contratos -u obligaciones- atraen cada vez a un número creciente de especuladores financieros e inversores, ya que sus beneficios pueden ser más atractivos en relación a cómo se comportan los de acciones y bonos.”iii

El problema no es de escasez o de una menor oferta de alimentos como se dice sin parar, sino de unos precios inflados por especuladores como constata la Eurocámara en una resolución anterior: “…en la actualidad el suministro total mundial de alimentos no es insuficiente (…) son más bien la inaccesibilidad de los mismos y sus elevados precios los factores que privan a muchas personas de la seguridad alimentaria.”iv

Sin embargo la especulación, causante de los ascensos, no es propiamente la raíz del problema. Ésta se debería frenar, pero los precios de los alimentos seguirían sujetos a los vaivenes de la oferta y la demanda, en una época en la que crece el interés por los agrocombustibles y en la que grandes transnacionales controlan los diferentes eslabones de la cadena alimentaria. Es decir, mientras las naciones marginen su autosuficiencia y la panacea sea comprar alimentos básicos en el gran supermercado global, a la vez que se exportan a éste materias primas y cultivos exóticos (soja para forraje, algodón, plátanos, flores, piñas, café, maíz para bioetanol, etc.), la alimentación seguirá sujeta a la dinámica de un mercado manejado por ciertos pulpos que poco entienden de hambre.

El analgésico milagroso.

A mediados de febrero, el Banco Mundial comunicaba que debido al incremento en los precios de la comida, el número de hambrientos se estaba acercando a los 1000 millones, cuando los últimos datos de la FAO los cifraba en 925. Además 44 millones de personas están franqueado el umbral de la extrema pobreza porque sus débiles economías familiares han sido desestabilizadas por los montos elevados de la comida.v

La situación es gravísima pero los precios siguen elevados y en una economía globalizada, la nueva alza del petróleo y los últimos fenómenos climáticos locales -tormentas en África, heladas en México, sequías en China, etc.- se convierten en un mundial quebradero de cabeza. Pero ojo, no se trata de un problema de escasez, y los rugidos de 1000 millones de estómagos vacíos no son suficientes para que se de el golpe de mesa definitivo que ponga en su sitio al mercado y a los especuladores. Se han disparado eso sí, muchos fuegos de artificio en forma de buenas intenciones. En la reciente reunión del G-20 por ejemplo, se hablaba de una mayor transparencia en los mercados, limitación de la especulación, mejor información sobre los cultivos… en resumen, nada que no se haya oído antes y nada que no se haya quedado en nadavi

Las propuestas a corto plazo puestas en marcha para atajar la situación están siendo tan injustas como infructuosas, porque se ha pretendido solucionar el desaguisado jugando en la cancha y acatando las reglas del juego del ente distorsionador (mercado) en lugar de enfrentando y frenando sus desvaríos. En esta dirección, por ejemplo la FAO ha reconocido que desde julio su principal objetivo ha sido “calmar a los mercados”.vii Para ello el analgésico estrella empleado por este organismo ha consistido en engatusar a ciertos países que habían restringido sus exportaciones -de cereales sobre todo- para que las reanudaran rápidamente y así recuperar el flujo de la oferta que amansara los precios en el mercado internacional.

Pero mientras a estas naciones se les presiona para que retomen las exportaciones y no almacenen comida para sus poblaciones, nadie se atreve a poner en tela de juicio la barbaridad de millones de toneladas de maíz estadounidense que se destinan a bioetanol (el 14% del maíz mundial).viii Y esto es así porque bajo el intocable prisma neoliberal que impera, los alimentos no tienen porque alimentar estómagos, sino que son mercancías que inexorablemente deben ser cotizadas en el mercado, en donde los pujadores condicionarán los precios porque el fin último es agrandar las ganancias y si éstas crecen con los coches, pues que sigan rugiendo los estómagos.

Pan para hoy y hambre para mañana.

Se pidieron concesiones a los países exportadores que no aplacaron la crisis, y el 26 de enero, a la desesperada, la FAO lanzaba un informeix con recomendaciones para que se apretaran el cinturón en este caso las naciones importadoras, entre las que se encuentran mayoritariamente las pobres. El paquete de medidas se centraba fundamentalmente en un único punto: que los estados apliquen medidas económicas y comerciales para reducir el precio de los alimentos, como por ejemplo subvenciones directas, préstamos para la financiación de las importaciones, incentivos fiscales, reducción de impuestos como el IVA, reducción de los aranceles e impuestos a las importaciones de comida, insumos, maquinaría agrícola, etc.

Lógicamente estas medidas debilitarán las arcas de las naciones que dejarán de ingresar impuestos o directamente subvencionarán alimentos con fondos de los presupuestos, lo que afectará a medio y largo plazo la financiación de otros programas y servicios públicos. Para las naciones que puedan tener problemas con los presupuestos y la balanza de pagos, la FAO recomienda, lea bien, que recurran a los programas del Banco Mundial y el FMI, o lo que es lo mismo, que se endeuden más para sufragar las brutales ganancias que el mercado y sus especuladores están acumulando con el alza de precios.

Como se observa y como se ha repetido hasta la saciedad en este artículo, nadie le toca un pelo al ente distorsionador situado justamente entre los países que producen y compran comida, que son a los que se les pide sacrificio y que se adapten a los caprichos del mercado, incluso comprometiendo sus cuentas. Mientras se esperan nuevos datos sobre los precios de la comida, la situación empieza a ser sumamente asfixiante y podría derivar en una crisis peor que la de 2008. Por eso sobra ya la verborrea grandilocuente y urgen soluciones reales y efectivas, porque para la humanidad comer es verbo y no un sustantivo pomposo y demagógico.

Vicent Boix – Escritor, autor del libro El parque de las hamacas y responsable de Ecología Social de Belianís. Artículo de la serie “Crisis Agroalimentaria”, ver más aquí.

EcoDebate, 10/03/2011

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